Roudinesco - Onfray
Artículos de Clarín
http://edant.clarin.com/diario/2008/02/11/sociedad/s-03401.htm
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/psicologia/Discutiendo-Freud-vez_0_486551554.html
Para no leer a Michel Onfray
Por
Alejandro Dagfal
Desde hace cuatro
meses, un áspero debate se ha suscitado en Francia en torno del último libro de
uno de los “enfants terribles” de la intelligentzia
parisina. En efecto, el trabajo más reciente del filósofo Michel Onfray (un
reconocido iconoclasta que ha empuñado su pluma tanto contra las grandes
religiones como contra los propios filósofos) dedica ahora más de seiscientas
páginas a criticar el psicoanálisis. Con ese fin, en La fabulación freudiana: el crepúsculo de un ídolo, elabora una
rara mezcla compuesta de ataques ad
hominem (dirigidos directamente a la persona de Sigmund Freud), argumentos
históricos (extraídos del revisionismo norteamericano más furibundo) y recusaciones
filosóficas (que ya habían sido enunciadas más dignamente por figuras de mayor
peso).
La
particularidad del asunto es que Onfray no se presenta como el típico
intelectual de la burguesía parisina, sino como una especie de pensador
alternativo, libertario y provinciano, que desde la Universidad Popular
de Caen –fundada por él mismo en 2002-, en sus seminarios anuales se dedica a
cuestionar los fundamentos de la civilización occidental. Pero lo cierto es que
esta tarea, que podría ser loable en muchos aspectos, en este caso puntual termina
confundiendo la vulgarización con el ensayo libre, en el que todo vale, y al
carecer del más mínimo rigor intelectual muestra su otra cara: la de un
formidable emprendimiento mediático y comercial. No puede ignorarse que el
libro del que hablamos, pese a sus errores groseros y a sus falsedades
manifiestas, ya ha vendido cerca de 150.000 ejemplares. Y su autor ha sabido
explotar y amplificar la polémica generada, paseándose por los estudios de
radio y televisión que se han hecho eco del escándalo, al mismo tiempo que el
periódico Le Monde le ha ofrecido una
columna regular.
Es que en un
país freudófilo como Francia, afirmar -como lo ha hecho Onfray- que Freud no
sólo habría tenido un affaire con su cuñada, Minna Bernays, sino que la habría
dejado embarazada para luego obligarla a abortar, resulta francamente
escandaloso. Y muchos medios (incluso algunos dedicados a la cultura) han reproducido
este tipo de juicios de manera acrítica, sin siquiera notar que, si uno se
atiene al relato del autor, el embarazo se habría producido cuando Bernays
tenía 58 años... Otro tanto ocurre con la supuesta complicidad del maestro
vienés con el nazismo, que no resiste el menor análisis, si se considera que en
Berlín, en los años ’30, los libros de Freud eran quemados en la plaza pública,
y que él mismo apenas si logró escapar de Viena para exiliarse en Inglaterra,
mientras que sus cuatro hermanas murieron en campos de concentración.
Según Onfray,
en su “análisis nietzscheano de Freud”, el interés que muestra por la vida
personal del médico vienés se basa en la suposición de que la doctrina
freudiana no sería más que una respuesta a los problemas de su propio creador:
“El psicoanálisis constituye la autobiografía de un hombre que se inventa un
mundo para vivir con sus fantasmas” (p. 40). De allí la fascinación inquisidora
con la que, usando fuentes secundarias de dudosa veracidad (que ni siquiera son
citadas), escruta hasta el más mínimo detalle potencialmente revelador. Pero
más allá de este burdo reduccionismo psicobiográfico, el profesor de Caen
postula cinco tesis principales, a saber: El psicoanálisis no es del orden de
la ciencia. Pertenece al dominio de la filosofía. Es apenas una coartada
existencial de su inventor. Su técnica se basa en el pensamiento mágico. No es
un movimiento progresista, sino conservador. Hasta aquí, nada hay que no haya
sido dicho ya por Pierre Janet, en 1913, o por Claude Lévi-Strauss, en 1949 (por
no hablar de los freudo-marxistas o de la Escuela de Francfort). Más que el contenido, entonces,
lo novedoso quizás sea el tono del los ataques y la magnitud de su difusión.
Como era
lógico, la reacción anti-Onfray no se hizo esperar. En ella han participado la
historiadora Élisabeth Roudinesco, el psicoanalista Jacques-Alain Miller y el
filósofo Bernard Henri-Levy, entre muchos otros intelectuales destacados que
han denunciado las falacias en las que incurre el libro en cuestión. Roudinesco,
particularmente, rápida de reflejos, compiló un pequeño trabajo intitulado ¿Pero por qué tanto odio?, que sitúa el texto
de Onfray en la estela del Libro negro
del psicoanálisis. Allí afirma que, “al inventar hechos que no existen y al
fabricar revelaciones que no son tales, el autor de esta imputación favorece los
rumores más extravagantes”. “Por esta vía, pronto se nos dirá que Freud
golpeaba a su ama de llaves, sodomizaba sus animales domésticos o cocinaba al
horno a los niños pequeños”. “Cuando es sabido que, en Francia, ocho millones
de personas son tratadas con psicoterapias derivadas del psicoanálisis, resulta
evidente que una operación semejante está ligada a una voluntad de hacer daño”.
A guisa de
respuesta, en su blog personal, Onfray ha acusado a Roudinesco de dirigir una suerte
de “milicia freudiana” que desde hace un cuarto de siglo, valiéndose de la intimidación
y la manipulación, ha “criminalizado el pensamiento libre”, ha “detenido toda
la producción histórica sobre la cuestión del psicoanálisis” y le ha “impedido
el acceso a los medios”, con el fin de mantener “la tiranía de la leyenda”. Miller,
por su parte (yerno de Lacan y fundador de la Asociación Mundial
de Psicoanálisis), afirma que “es larga la cohorte de filósofos franceses
inspirados por el psicoanálisis”. “Todos ellos
sutiles”. “Pero Onfray no abreva en esas aguas”. “Esclarecido, según él, por la
escuela de esos militantes llamados revisionistas, que desde hace veinte años retratan
a Freud como a un mal tipo que engañó al mundo, se convierte en su émulo”. “En
esta línea, el trabajo pretende reconstruir la vida sexual de Freud”. “Marido
incestuoso, amante incestuoso, padre incestuoso; es asombroso que no se lo
acuse también de haber sido pedófilo”.
¿Pero cómo comentar
calumnias de este tipo sin contribuir al éxito editorial de la obra que las
contiene? ¿Cómo hacer para no dar aún mayor consistencia a una empresa tan estrafalaria
como lucrativa, cuya suerte depende justamente de su difusión? El título de este
artículo da una pista sobre cuál es nuestra intención en ese punto. Si en 1969
el libro de Althusser Lire Le Capital fue
publicado en castellano con el título Para
leer El capital, como si se tratase de una guía para acceder a esa obra de
Marx, en este caso, por el contrario, “Para no leer a Michel Onfray” pretende
ser apenas una síntesis que permita prescindir de la lectura del filósofo francés.
Pero no con un fin oscurantista, cercano a la censura, sino porque la crítica
de Onfray, después de todo, ni siquiera es digna de ese nombre.
En realidad, el
psicoanálisis -tanto en el nivel de la teoría y la práctica clínica como en el
de sus instituciones- reclama y merece un debate sin concesiones y una crítica
profunda. La ritualización de ciertos principios y la cuasi-sacralización de
Freud y de Lacan, por citar algunos nombres que nos son familiares, no se
condicen con una doctrina que, permanentemente, debería conmover certezas y cuestionar
idealizaciones, empezando por las de sus propios practicantes. En ese sentido,
la historia, la filosofía y la antropología, entre otras disciplinas, han hecho
-y pueden seguir haciendo- grandes contribuciones para el esclarecimiento de
uno de los sistemas de pensamiento que más han marcado la subjetividad
occidental a lo largo del último siglo. Sin embargo, la campaña difamatoria de
Onfray, entre su mala fe y sus argumentos de segunda mano, no está a la altura
de estos desafíos. Por eso, si de leer a filósofos franceses que se han ocupado
críticamente del psicoanálisis se trata, más vale remitirse a los originales, de
Politzer a Merleau-Ponty, de Sartre a Foucault y de Deleuze a Derrida. Ellos dejaron
una obra perdurable, que los excede, a diferencia de Onfray, quien, en caso de
persistir en sus desvaríos mediáticos, probablemente será más recordado por sus
extravagancias (como su culto del “hedonismo solar”) que por la calidad de sus numerosos
escritos. Como declaró recientemente Bernard Henri-Levy a propósito de todo
este revuelo: “El psicoanálisis, que ha conocido días peores, lo superará. No
estoy seguro de que Michel Onfray pueda hacer otro tanto”.
El autor es doctor en historia, licenciado en psicología e
investigador del Conicet.
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